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Cuando Cuidar Se Siente Demasiado Pesado

August 7, 2025
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René Sonneveld

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No hablamos lo suficiente sobre lo que les pasa a las personas que están alrededor del dolor. Quienes toman la mano, envían el mensaje, o miran desde el otro lado del mundo cómo ocurre algo terrible. Este texto empezó con la llamada de un amigo tras un diagnóstico que le cambió la vida, pero toca algo más universal. ¿Qué hacemos con todo el cuidado que sentimos cuando empieza a desbordarnos? ¿Y si el silencio en el que caemos no es señal de apatía, sino de algo completamente distinto?

Hace una semana, un amigo me llamó. A su esposa le habían diagnosticado cáncer en etapa 4. Apenas había salido por las puertas del hospital cuando me escribió. Su voz sonaba plana, en shock. “Me siento completamente entumecido”, me dijo. “Ella es todo para mí. Y no puedo arreglar esto. ¿Qué puedo hacer siquiera?”.

Ese sentimiento, el entumecimiento que sigue a un golpe, no se limita a las salas de hospital. Puede aparecer en tu sofá, teléfono en mano, desplazándote por otra catástrofe. Una madre subiendo a un tejado con su hijo mientras suben las aguas. Un pasillo escolar vacío tras un tiroteo. Un niño llorando entre los escombros de una ciudad que nunca visitarás. Una guerra que no puedes detener. Una hambruna a la que no puedes llegar.

Ves sufrimiento y te duele. Pero muchas veces, justo detrás de ese dolor llega la parálisis. Te quedas callado. No porque hayas dejado de sentir, sino porque sientes tanto que ya no sabes dónde ponerlo.

Parece apatía, pero no lo es

Desde fuera, es fácil pensar que la gente se ha vuelto insensible. Que ha dejado de sentir. Que ha seguido adelante.

Pero la mayoría no lo ha hecho. Lo que parece apatía muchas veces es una forma más silenciosa de desgarro. No es que la gente no se preocupe. Es que no sabe cómo cargar con lo que siente. Las pequeñas cosas que podrían hacer parecen inútiles. Donar parece una gota en el océano. Hablar parece encender un fósforo en medio de una tormenta. Así que paran. No por indiferencia, sino por futilidad.

Y cuando la futilidad se impone, la gente se desconecta.

Cuando la empatía es demasiado

Los psicólogos llaman a esto distrés empático. Sucede cuando sentimos el dolor ajeno con tanta fuerza que empieza a desbordar nuestro propio sistema. Con el tiempo, puede llevar al agotamiento, al retraimiento o a una especie de entumecimiento emocional.

Se identificó por primera vez en la atención sanitaria. Enfermeras, médicos y cuidadores que pasaban sus días rodeados de sufrimiento empezaban a retraerse emocionalmente. Durante un tiempo, se pensó que habían dejado de sentir. Lo llamaron “fatiga por compasión”. Pero más tarde, las investigaciones revelaron otra cosa. No era el hecho de cuidar lo que los agotaba. Era la impotencia.

Cuidar no nos desgasta. Sentir que no podemos ayudar, sí.

La diferencia entre empatía y compasión

La empatía dice: Siento tu dolor.
La compasión dice: Veo tu dolor y estoy aquí contigo.

Ese cambio importa. La empatía puede llevarnos tan profundamente a la experiencia de otra persona que empezamos a ahogarnos. La compasión nos permite permanecer con los pies en la tierra. Nos deja estar cerca sin perdernos a nosotros mismos.

La empatía absorbe. La compasión acompaña. La empatía puede agotarnos. La compasión nos sostiene.

Por qué la gente se insensibiliza

Cuando ves a alguien que amas entrar y salir del dolor, cuando cada nuevo examen trae más malas noticias, cuando la esperanza y el miedo se turnan, algo en ti empieza a cerrarse.

Puedes alejarte. No físicamente. Sino emocionalmente. Sigues haciendo lo que hay que hacer. Conducir a las citas. Responder mensajes. Recoger recetas. Sonríes a la enfermera. Rellenas el pastillero. Pero por dentro, solo hay estática.

Dejas de decir cómo te sientes, porque no quieres añadir más peso. No quieres equivocarte. No quieres empeorarlo.

Así que guardas silencio. No porque no te importe. Sino porque todo ese cuidado ya no sabe dónde ir.

Esto es distrés empático. Y si no lo nombramos, empieza a dominarlo todo. Nos desconectamos. No porque seamos fríos. Sino porque no hemos encontrado la forma de permanecer sin rompernos.

Qué podemos hacer en su lugar

El primer paso es reconocer la parálisis. Entender que este entumecimiento no es un fracaso. Es una respuesta al desborde. Es tu cuerpo diciéndote que ha llegado a su límite y que tu sistema está haciendo lo que puede para protegerte.

El segundo paso es pasar de la empatía a la compasión.

No tienes que arreglar el dolor. Solo tienes que permanecer cerca de él. Sentarte a su lado. Ser honesto en él.

A veces eso significa sostener su mano durante otra infusión. A veces, preparar una sopa que quizás no coma, o poner la música que una vez amó. A veces significa salir de la casa solo lo suficiente para respirar, para volver con el corazón lleno.

A veces significa decir lo que temes decir. Yo también tengo miedo.
A veces significa no decir nada, pero quedarte en la habitación.

No estamos hechos para cargar solos con la tristeza de la enfermedad, la violencia o el duelo. Pero sí para cargarla juntos.

No con palabras perfectas. No con respuestas fáciles.
Solo con presencia.
Solo con compasión.
Solo con un amor que no se va cuando las cosas se ponen difíciles.

A veces, lo más sanador que podemos ofrecer es seguir siendo humanos y permanecer cerca. Eso es todo lo que la mayoría necesita.

Fuente:
Olga Klimecki y Tania Singer, “Empathic Distress Fatigue Rather Than Compassion Fatigue? Integrating Findings from Empathy Research in Psychology and Social Neuroscience”, en Pathological Altruism, editado por Barbara Oakley, Ariel Knafo, Guruprasad Madhavan y David Sloan Wilson (Nueva York: Oxford University Press, 2011), 369–383

Me encantaría conocer su opinión sobre este tema.

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